jueves, 29 de marzo de 2007

SOBRE LAS DIMENSIONES Y BASES CIENTÍFICAS Y SOCIALES DE LA AGROECOLOGÍA

Por Graciela Toman

La Agroecología surge en la década de los ochenta en Latinoamérica como una respuesta a la modernización de los recursos naturales (y a su consecuente degradación agroquímica); encaminada a encarar la crisis ecológica, y el problema medioambiental y social existente, desde un manejo sustentable de la naturaleza y del acceso igualitario a la misma (Cf. Altieri, 1987; Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993). Sin embargo, con rigor, habría que hablar de “redescubrimiento” de la Agroecología, por parte de la ciencia agronómica, al iniciar un proceso de valoración de los conocimientos que atesoraban las culturas campesinas, de transmisión y conservación oral, sobre las interacciones que se producían entre la naturaleza y la sociedad para obtener el acceso a los medios de vida.
Aunque la trayectoria agronómica está salpicada, de manera más intensa en los últimos años, de “descubrimientos” de saberes y técnicas que habían sido ensayadas y practicadas con éxito por muchas culturas tradicionales, el pensamiento científico, por su carácter positivista, parcelario y excluyente marginó las formas en que tales experiencias se habían formulado y codificado para su conservación. La indagación histórica, desde una perspectiva agronómica, mostró que en el pasado de la humanidad, e incluso en las culturas marginadas por la civilización industrial, podían encontrarse muchas experiencias útiles para hacer frente a los retos del presente; fue esto lo que “constituyó una de las bases profundas de la emergencia, dentro de la ciencia establecida, de un enfoque más integral de los procesos agrarios que llamamos Agroecología” (Guzmán, et al., 2000: 81).

Una aproximación al marco conceptual de la Agroecología.
La primera sistematización de contenidos que permiten hablar de la Agroecología, se debe a Miguel Altieri (1987).quien la definió como “las bases científicas para una agricultura ecológica”. El conocimiento de la Agroecología habría de ser generado mediante la articulación de las aportaciones de diferentes disciplinas para, mediante el análisis de todo tipo de procesos de la actividad agraria, en su sentido más amplio, comprender el funcionamiento de los ciclos minerales, las transformaciones de energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas como un todo. El funcionamiento ecológico de los procesos agronómicos necesario para conseguir hacer una agricultura sustentable fue, más tarde, sistematizado por Stephen Gliessman (1990a y b; y 2002). Y, ello sin olvidar la equidad; es decir, la búsqueda por parte de la Agroecología del acceso igualitario a los medios de vida. La dimensión histórica en que aparecen insertas las prácticas agronómicas y su biodiversidad sociocultural, son elaboradas por Manuel González de Molina (1991), y Víctor Manuel Toledo (1994). Por lo tanto, la integralidad del enfoque de la Agroecología requiere de, al menos, la articulación de tres componentes básicas; la técnico-agronómico modelado desde una perspectiva ecológica; la sociocultural contemplada desde una perspectiva histórica y la política, construida desde el proyecto de la búsqueda de la equidad (Sevilla Guzmán y González de Molina 1993; Guzmán Casado y otros, 2000). En un sentido amplio, la Agroecología tiene una dimensión integral en la que las variables sociales ocupan un papel muy relevante ya que aunque parta de una dimensión técnica, y su primer nivel de análisis sea la explotación agropecuaria o predio; desde ella, se pretende entender las múltiples formas de dependencia que genera el actual funcionamiento de la política, la economía y la sociedad, sobre la ciudadanía, en general; y sobre los agricultores, en particular. El resto de los niveles de análisis de la Agroecología aparece al considerar, como central, la matriz comunitaria en que se inserta el agricultor; es decir, el grupo doméstico, la comunidad rural y las sociedades locales que generan su identidad mediante una red de relaciones sociales. La Agroecología pretende, que los procesos de transición de agricultura convencional a agricultura ecológica se desarrollen en este contexto sociocultural y político y que supongan propuestas colectivas de cambio social.

Sobre las dimensiones de la Agroecología.
Iniciamos así, nuestro Marco Teórico estableciendo las dimensiones de la Agroecología que permiten proporcionar el cúmulo de conocimientos que hagan posible una apropiación correcta de los recursos naturales para obtener alimentos. Y, aunque estos conocimientos están insertos en construcciones culturales más amplias, surgen de la interacción, en el tiempo, de los distintos grupos humanos con la naturaleza; es decir, con sus ecosistemas. La primera dimensión de la Agroecología surge de considerar la el funcionamiento ecológico de la naturaleza; por ello, vamos a definirla como dimensión ecológica. Los aspectos técnico-agronómicos aparecen cuando un ecosistema natural es artificializado por el hombre y transformado en agroecosistema para tener acceso a los medios de vida. Por ello, la Agroecología, adopta el agroecosistema como unidad de análisis que nos permite aplicar los conceptos y principios que aporta la ecología para el diseño de sistemas sustentables de producción de alimentos. La manera en que cada grupo humano altera la estructura y dinámica de cada ecosistema supone la introducción de una nueva diversidad -la humana- al introducir en el manejo el sello de su propia identidad cultural. La propuesta que hace Stephen R. Gliessman (1990) de establecer sistemas agrícolas sostenibles en Latinoamérica para romper la dependencia de las importaciones de alimentos básicos en base a las formas de agricultura tradicional radica en la aceptación de que los campesinos "han desarrollado a través del tiempo sistemas de mínimos imputs externos con una gran confianza en los recursos renovables y una estrategia basada en manejo ecológico de los mismos". Como señala Víctor Toledo (1985), todo ecosistema es un conjunto en el que los organismos, los flujos energéticos, los flujos biogeoquímicos se hallan en equilibrio inestable, es decir, son entidades capaces de automantenerse, autorregularse y autorrepararse independientemente de los hombres y de las sociedades y bajo principios naturales. Pero los seres humanos, al artificializar dichos ecosistemas para obtener alimentos, respetan o no los mecanismos por los que la naturaleza se renueva continuamente. Ello depende de la orientación concreta que los seres humanos impriman a los flujos de energía y materiales que caracterizan cada agroecosistema. Con ello se alude a la específica articulación que en cada uno de ellos presentan los seres humanos con los recursos naturales: agua, suelo, energía solar, especies vegetales y el resto de las especies animales. Desde esta perspectiva, la estructura interna de los agroecosistemas resulta ser una construcción social, producto de la coevolución de los seres humanos con la naturaleza (Nogaard, 1985 y 1999). La coevolución social y ecológica desarrollada en los agroecosistemas es el resultado de una coevolución, en el sentido de evolución integrada, entre cultura y medio ambiente (Nogaard, 1985: 25-28; Nogaard y Sikor, 1999: 34 y 35). A lo largo de la historia, la interación de los distintos grupos humanos con la naturaleza ha sido muy diversa. En algunos casos la apropiación de la naturaleza ha sido ecológicamente correcta; y en otros, por el contrario, se han producido diversas formas de degradación comprometiendo la subsistencia. En este sentido, la Agroecología, pretende aprender de aquellas experiencias en las que el hombre ha desarrollado sistemas de adaptación que les han permitido llevar adelante unas formas correctas de reproducción social y ecológica. Sin embargo, como hemos adelantado al presentar una primera aproximación a la Agroecología; junto a la apropiación correcta de la naturaleza, ésta persigue la equidad dentro de los sistemas sociales que así obtienen su acceso a los medios de vida. Aparece, de esta forma, la dimensión sociocultural de la Agroecología como estrategia para incrementar el nivel de vida de la población, a través de la elaboración de estrategias participativas. La articulación de un conjunto de experiencias productivas mediante proyectos políticos que pretendan la nivelación de las desigualdades generadas en el proceso histórico; constituye la dimensión política de la Agroecología. En este sentido puede afirmarse que toda intervención agroecológica que no consigue disminuir las desigualdades sociales del grupo social en que trabajamos, no satisface los requisitos de la Agroecología; ya que para ésta los sistemas de estratificación social desequilibrados constituyen una enfermedad ecosistémica. La expansión del hombre europeo por amplias zonas templadas del planeta, apropiándose de las mejores tierras no fue sólo producto del triunfo de las plantas, animales y gérmenes que portaban (Crosby, 1988). Por el contrario, el imperialismo europeo es más socioeconómico y político que ecológico. En efecto, fue el proyecto civilizatorio europeo, con su legitimación científica, lo que desprendió a “la primera modernidad” de sus orígenes europeos (Habermans, 1992), presentándola como la única trayectoria histórica (Historia Universal) a seguir por toda la humanidad. Como veremos más adelante al presentar una interpretación latinoamericana del proceso histórico, la construcción de las Ciencias Sociales, del paso de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, marginó al resto de los proyectos civilizatorios de las sociedades que iba colonizando. La Agroecología tiene un carácter pluriepistemológico en las tres dimensiones elaboradas para nuestro Marco Teórico; esto es, su conocimiento se construye, tanto desde de bases científicas como sociológicas que a continuación esquematizamos en la siguiente figura; Presentamos así, los elementos centrales que, en nuestra opinión, integran la Agroecología y que hemos diferenciado en la figura, para referirnos a las bases sociológicas; frente al de las bases científicas (las que están en los recuadros).

Es necesario dejar claro que las dimensiones de la Agroecología que estamos caracterizando se encuentran interconectadas y que nuestra clasificación tiene un mero carácter analítico. No obstante, sí existe una cierta secuencia. La dimensión ecológica va inseparablemente unida al componente agronómico, y en general productivo. Aquí habría que situar las bases ecológicas y agronómicas que aparecen en el esquema (en los recudros, por su carácter científico). Igualmente se ubicaría aquí la Agricultura Ecológica en su dualidad científico-sociológica. El campesinado como base sociológica tendría una doble ubicación al aparecer en la dimensión ecológica por su forma de manejo (cuando se apropia correctamente de los recursos naturales); y también en la dimensión sociocultural cuando elabora sus propias estrategias de reproducción social.





Figura Nº 1. Bases científicas y sociológicas de la Agroecología

La dimensión sociocultural de la Agroecología integraría a las teorías del desarrollo (que aparecen en los recuadros por su dimensión científica) al aportar estrategias productivas desde la economía convencional; que cuando son utilizadas para imponer un único modelo de desarrollo, negando a otros; adquiere una dimensión política como es el caso del “desarrollo sostenible” vinculado a la definición oficial realizada por los organismos internacionales para legitimar, por ejemplo, la agricultura industrializada. Cuando los esquemas de desarrollo adquieren una dimensión participativa, generando metodologías propias, adquiere la naturaleza de bases sociológicas. Respecto a la dimensión política, la Agroecología incorpora a los movimientos sociales, en la búsqueda de una mayor equidad; y a la Ecología Política en su dualidad; por un lado, como “nueva ontología y epistemología resultado de la crisis ecológica y por otro, la experiencia histórica del movimiento ecologista y los movimientos sociales alternativos” (Garrido Peña, 1993), para la elaboración de estrategias de cambio; como sus bases sociológicas. La historia medioambiental y las herramientas metodológicas que ofrece la historia oral, desde el pensamiento científico, constituyen aportes importantes para esta dimensión, aunque también pueden aparecer en las anteriores.
Los estudios campesinos como tradición intelectual aparecen transversalmente en las tres dimensiones. En la ecológica como rescate del manejo que determinados grupos campesinos han realizado. En la sociocultural como rescate de aquellas experiencias históricas que presentaron estrategias alternativas al modelo urbano-industrial actual. En la sociopolítica a través del análisis de los movimientos campesinos y su participación en los procesos de cambio. En los siguientes epígrafes desarrollaremos en forma esquemática los contenidos de estas dimensiones.

La dimensión ecológica
La dimensión ecológica constituye un componente imprescindible para la Agroecología, ya que solo a través de esta forma de manejo es posible encarar el deterioro de la naturaleza (al desarrollar prácticas medioambientalmente conservacionistas). Desde esta perspectiva, la Agroecología orienta el análisis de los agroecosistemas considerando la sociedad como un subsistema relacionado con el ecosistema explotado. El sistema ecológico o ecosistema es la unidad funcional de la naturaleza que intercambia materia y energía con su ambiente. En este sentido no sería desacertado asimilarlo con un organismo vivo que, también, intercambia materia y energía con su entorno para mantener un equilibrio. Si aceptamos que es una unidad que intercambia materia y energía con su entorno, decimos que ningún ecosistema es independiente; todos ellos reciben recursos y elementos del hábitat y desde fuera y, liberan otros; por lo tanto, son afectados por todo aquello que los rodean, en este sentido es difícil establecer los límites de los ecosistemas y, en muchos casos, es confuso, arbitrario y establecido por el hombre para su estudio (Odum, 1971). Todo ecosistema posee una estructura (ya que presentan un conjunto de elementos bióticos y abióticos interrelacionados), y una función (ya que un flujo de materia, energía e información circula a través de la cadena trófica). Por lo tanto, la estructura y función operan como resultado de controles y balances internos al propio sistema tendiendo al equilibrio con el ambiente y, necesita reinvertir la mayor parte de su productividad en el mantenimiento de su propia organización. Al hablar de estructura se hace referencia a las "particularidades que presenta su arquitectura, tanto sea en una dimensión horizontal (comenzando por una etapa de iniciación o fase juvenil hasta llegar a una etapa de culminación o fase de madurez), como en una dimensión vertical (ésta se relaciona con el grado de estratificación que haya alcanzado el ecosistema en un momento dado)" (Viglizzo, E., 1989). Respecto a la función del ecosistema, el flujo de energía se refiere a la fijación inicial de la misma, su transferencia a través del sistema a lo largo de una cadena trófica y su dispersión final por respiración; y el ciclaje de nutrientes a la circulación continua de elementos desde una forma inorgánica a una orgánica y viceversa, es decir, la circulación de materiales a través de los componentes estructurales del ecosistema. A medida que la energía es
transferida de un nivel a otro a través de la cadena trófica, se pierde una cantidad considerable de la misma; por lo tanto esto limita el número y cantidad de organismos que pueden mantenerse en él. Dicho de otra manera, limita la estructura del sistema. No vamos a detenernos en este momento a analizar cómo circula cada elemento mineral, y cómo fluye la energía por los distintos eslabones del sistema. Baste decir que, tanto la tasa de circulación de nutrientes, como la transferencia de energía forman parte del metabolismo general del sistema y, existe un alto grado de interrelación entre ambas, supeditadas además, a los cambios que el ecosistema va experimentando según sean éstos, juveniles o maduros; de ahí la importancia decisiva que adquiere las determinaciones que se tomen a la hora de intervenir en estos ecosistemas para transformarlos con fines productivos en agroecosistemas (Gliessman, 2002). Cada sociedad en la historia, con su forma específica de artificializar los recursos naturales para obtener alimentos, ha retrasado, en mayor o menor medida, el proceso de sucesión ecológica; lo que debe analizarse ante todo desde la óptica que plantea Margalef (1979). Para éste autor, "la explotación de los cultivos comporta una simplificación del ecosistema, en comparación con su estado preagrícola”. Ese ecosistema explotado se compone de un número menor de especies y también de un número menor de tipos biológicos (hierbas, malezas, árboles, etc.). La estructura del suelo se simplifica y la diversidad de las poblaciones de los microorganismos y de los animales del suelo disminuye. La circulación de los nutrientes por fuera de los organismos adquiere más importancia. Los ritmos anuales se acentúan, no sólo en las especies cultivadas, sino también en las especies asociadas a los cultivos, como malas hierbas o plagas”. Por ello, la Agroecología contempla el manejo de los recursos naturales desde una perspectiva sistémica; es decir, teniendo en cuenta la totalidad de los recursos humanos y naturales que definen la estructura y la función de los agroecosistemas; y sus interrelaciones, para comprender el papel de los múltiples elementos intervinientes en los procesos artificializadores de la naturaleza por parte de la sociedad para obtener alimentos.
Es probablemente este componente de la Agroecología, su enfoque sistémico, el que cuenta con un mayor arraigo en Argentina ya que el organismo de investigación agropecuaria oficial, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), introdujo algunos elementos del mismo desde sus inicios. Los trabajos de Viglizzo, E., y sus análisis ecosistémicos, constituyen, probablemente, el más destacado exponente de este enfoque en nuestro país. La conceptualización de procesos técnicoagronómicos y socioeconómicos a nivel predial que ha desarrollado el Farming Systems Research como una aporte sustantivo, a la Agroecología; carece, en general, “de compromiso social y político de la interacción investigador-campesino por lo que este enfoque hace que la Agroecología lo critique con firmeza en no pocas ocasiones” (Sevilla Guzmán y Woodgate, 1997b).
En definitiva la artificialización de los ecosistemas para obtener alimentos supone la reducción de su madurez y la simplificación de su estructura, proceso este que debe ser analizado en sus características “macroscópicas” para alcanzar un diagnóstico correcto del "estado actual" de cada agroecosistema. En este sentido, el diagnóstico no puede llevarse a cabo sin recurrir al pasado, al proceso histórico del que el agroecosistema es resultado (Toledo, 1985). Por ello, la estrategia agroecológica es también social ya que la percepción y la interpretación que los seres humanos (ya sea en lenguajes populares o científicos) han hecho de su relación con el medio resultan esenciales para la elaboración de una estrategia agroecológica.

Dimensiones sociocultural y política
Las dimensiones sociocultural y política de la Agroecología parten de aceptar la necesidad de introducir, junto al conocimiento científico, otras formas de conocimiento para encarar la crisis ecológica y social que atraviesa el mundo actual. Parte por consiguiente de una crítica al pensamiento científico para, desde él, desarrollar un enfoque pluriepistemológico que acepte la biodiversidad sociocultural. Por lo tanto, el objetivo de incrementar el nivel de vida de la población, debe ser definido desde cada identidad sociocultural.
El conocimiento acumulado sobre los agroecosistemas en el pasado puede aportar soluciones específicas de cada lugar; más aún si han sido distintas las etnicidades (con cosmovisiones diferenciadas) que han interactuado con él en cada momento histórico. El hecho de que un determinado grupo hegemonice socioculturalmente la actualidad, no quiere decir que no existan formas de conocimiento de los grupos históricamente subordinados susceptibles de ser recuperadas para su incorporación al diseño de estrategias agroecológicas; por lo tanto la caracterización de los agroecosistemas buscando una interacción global respecto a la satisfacción por parte del hombre de todas sus necesidades, enfatizando sus aspectos culturales ha llevado a la conceptualización de etnoecosistema. Es, en realidad, un nuevo sistema complejo agro-socio-económicoecológico, con límites inevitablemente proyectados en varias dimensiones; es decir, los procesos ecológicos básicos de flujo de energía y ciclo de nutrientes, ahora están regulados por procesos asociados a la actividad agropecuaria. Por ello el conocimiento del manejo de los recursos naturales sólo es posible mediante el conocimiento de la historia de los agroecosistemas y sus procesos de configuración; de igual forma que de la aplicación de la ciencia en forma de tecnología y su impacto sobre la naturaleza. (Sevilla Guzmán y González de Molina, 1993). En definitiva, no puede separarse, para su análisis, la relación naturaleza-sociedad. La Agroecología debe incorporar la perspectiva histórica y el conocimiento local; es decir, lo endógeno específicamente generado como producto de la interacción del hombre con el agroecosistema en el que se ha desarrollado su coevolución social y ecológica a lo largo del proceso histórico. El concepto agroecológico de “potencial endógeno” en su doble dimensión de potencial ecológico y potencial humano constituye un elemento
central de la Agroecología cuando se pretende implementar formas de desarrollo rural sustentable, al estar vinculado a la dinámica participativa de las fuerzas locales. Pero el elemento clave que nos permite percibir el conocimiento local, dentro de lo endógeno, lo constituye la identidad sociocultural. Sevilla Guzmán (2002: 18-28) ha intentado hacer extensible a la Agroecología, la propuesta Jesús Ibañez de diferenciar tres perspectivas de investigación, distributiva, estructural y dialéctica para abordar la problemática del manejo de los recursos naturales desde un enfoque metodológico. Dicha problemática coincide, obviamente, con las tres dimensiones teóricas de la Agroecología que estamos caracterizando. En efecto, la metodología no puede abordarse disociada de la teoría. Es así que los recursos naturales “son pensados e instrumentalizados desde una triple perspectiva: ecológico productiva, socioeconómica y sociopolítica, respectivamente”. La dimensión ecológica y su correlato metodológico, la perspectiva se “mueve en un espacio puramente productivo”, como acabamos de ver. Las dimensiones sociocultural y política (que se corresponden con las perspectivas estructural y dialéctica, respectivamente), “se refieren a la Agroecología como desarrollo rural; es decir, como estrategia participativa para obtener la sustentabilidad, a través de formas de acción social colectiva (Sevilla Guzmán, 2002: 21). Y, finalmente, a la Agroecología como potencial de cambio a través de su vinculación con los movimientos sociales (nivel dialéctico), en el que la investigación acción participativa aparece como generadora de sustentabilidad. La génesis de la sustentabilidad se ubica en la articulación de una amplia diversidad de formas de acción social colectivas que emergen como estrategias de resistencia al paradigma de la Modernización, que varían desde los movimientos nuevos movimientos sociales de carácter ciudadano (ecologistas, pacifistas, feministas y de consumidores), a los movimientos sociales históricos (jornaleros, campesinos e indígenas). En muchos casos
sus formas de acción social colectiva tienen un carácter enmascarado en acciones de su vida cotidiana; constituyendo espacios vacíos de la lógica de la “modernidad”. Los espacios sociales de la disidencia a la modernización se encuentran en lo que Víctor Manuel Toledo percibe como los “dos ámbitos sociales que parecen hoy día mantenerse como verdaderos focos de resistencia civilizatoria”. El primero, al que califica como “postmoderno”, está integrado por “la gama policroma de movimientos sociales y contraculturales”. El segundo ámbito social, cuya acción social colectiva caracteriza Víctor Manuel Toledo como de resistencia civilizatoria, es ubicado por éste en ciertas “islas o espacios de premodernidad o preindustrialidad” y se encuentran por lo común “en aquellos enclaves del planeta donde la civilización occidental no pudo o no ha podido aún imponer y extender sus valores, prácticas, empresas y acciones de modernidad. Se trata de enclaves predominantemente, aunque no exclusivamente, rurales, de países como India, China, Egipto, Indonesia, Perú o México, en donde la presencia de diversos pueblos indígenas (campesinos, pescadores, pastores y de artesanos) confirman la presencia de modelos civilizatorios distintos de los que se originaron en Europa. Estos no constituyen arcaísmos inmaculados, sino síntesis contemporáneas o formas de resistencia de los diversos encuentros que han tenido lugar en los últimos siglos entre la fuerza expansiva de occidente y las fuerzas todavía vigentes de los “pueblos sin historia” (Toledo, 2000: 53). Como señala Enrique Leff (1996) “esta resistencia se articula en la
construcción de un paradigma alternativo de sustentabilidad, en el cual, los recursos naturales aparecen como potenciales capaces de reconstruir el proceso económico dentro de una nueva racionalidad productiva, en donde se plantea un proyecto social fundado en la diversidad cultural, la democracia y la productividad de la naturaleza”.
[1]Texto tomado de G. Ottmann, Agroecología y sociología histórica desde Latinoamérica
(Córdoba:/México/Madrid: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba/PNUMA/Mundi-
Prensa).

4 comentarios:

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