jueves, 29 de marzo de 2007

TÍTULO: GOBIERNOS Y REGIMENES EN AMÉRICA LATINA.

AUTOR: Claudio Katz
RESUMEN: La unanimidad derechista ha quedado reemplazada por tres tipos de
gobiernos. Los conservadores son neoliberales, pro-norteamericanos, represivos y
opuestos a cualquier mejora social. Los centroizquierdistas mantienen una relación
ambigua con Estados Unidos, arbitran entre el empresariado, toleran las conquistas
democráticas y bloquean las mejoras populares. Los nacionalistas radicales son más
estatistas, chocan con el imperialismo y la burguesía local, pero oscilan entre el neodesarrollismo
y la redistribución del ingreso.
Las libertades públicas superan la norma histórica, pero en el polo derechista
imperan formas de terrorismo estatal y un gran incumplimiento de las reglas
constitucionales. En lugar de la crisis del 90 predomina un contexto económico de
recuperación. Las transiciones post-dictatoriales fueron muy diferentes a los casos
comprables de Europa y legaron un alto grado de inestabilidad.
El presidencialismo es un efecto general de la vulnerabilidad periférica. Pero
Uribe, Lula y Chávez acaparan facultades con finalidades muy opuestas. En ciertos
casos el acceso de mujeres, indígenas y ex obreros a la presidencia expresa el ascenso
de sectores plebeyos y en otros disfraza la permanencia de las elites en el poder.
La derecha refuerza las plutocracias que la centroizquierda intenta disimular y
los nacionalistas pretenden eliminar. Los tres tipos de gobiernos se asientan en
mecanismos formales e informales. La mayor gravitación de los partidos o del
clientelismo no es una peculiaridad de gobiernos progresistas o reaccionarios y la actual
contraposición entre republicanos y populistas es una falsa disyuntiva. Este contraste no
sustituye la distinción entre izquierda y derecha, ni esclarece los intereses sociales en
juego.
La república que elogia el establishment es la antítesis de la democracia.
Promueve la división de poderes para estabilizar los negocios y zanjar los conflictos
entre los capitalistas. El sistema republicano arrastra una historia de fragilidad
periférica, proscripciones oligárquicas y carencia de cohesión por arriba o legitimidad
por abajo.
La derecha y el socio-liberalismo utilizan un doble patrón de legalidad
republicana para evaluar a sus aliados y a sus adversarios. Presentan al populismo como
un virus regional, pero no aclaran el significado de este fenómeno.
Por otra parte, los teóricos que elogian al populismo encubren su función
regimentadora y diluyen la tensión que opone a la centroizquierda con el nacionalismo
radical. Mantienen la vaguedad del concepto y oscurecen con indefinidas referencias al
pueblo el sentido de la lucha de los oprimidos. Es vital caracterizar en la actual
coyuntura regional el papel de cada clase social.
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GOBIERNOS Y REGIMENES EN AMÉRICA LATINA1.
Claudio Katz2
Tres tipos de gobiernos predominan actualmente en América Latina: los
conservadores los centroizquierdistas y los nacionalistas radicales. Los presidentes más
representativos de estas variantes son Uribe en Colombia, Lula en Brasil (o Kirchner en
Argentina) y Chávez en Venezuela.
La secuencia de doce elecciones presidenciales realizadas entre noviembre del
2005 y enero del 2007 ratificaron esta variedad de gobiernos, que contrasta con la
unanimidad derechista prevaleciente durante los años 90. Para distinguir estas tres
vertientes hay que observar la política económica, la relación con Estados Unidos, la
postura del establishment y el estado de las conquistas democráticas y reformas
sociales.
Indagar estas diferencias es vital para abordar un segundo problema: los
regímenes latinoamericanos. Todos los gobiernos actúan en el marco de estados
semejantes, pero alternan en el uso de mecanismos formales e informales de sostén
político. Estas modalidades determinan la preeminencia de dos grandes variantes de
régimen, que actualmente se analizan contraponiendo la república con el populismo.
TRES ALTERNATIVAS
Uribe es el caso extremo de un gobierno conservador. Sostiene un explícito
curso neoliberal junto a políticas pro-norteamericanas, que cuentan con el contundente
aval de las clases dominantes. No vacila en recurrir a la represión brutal y se opone
frontalmente a cualquier mejora social.
Lula y Kirchner se alinean, en cambio, en la centroizquierda. Mantienen una
relación ambigua con el imperialismo y defienden los intereses generales de los
capitalistas en tensión con varios sectores empresarios. Toleran las conquistas
democráticas, pero obstaculizan el logro de las reivindicaciones populares. En Brasil
persiste el rumbo económico neoliberal y en Argentina despunta un sendero neodesarrollista.
Chávez encarna otra opción. Promueve un curso económico más estatista,
mantiene fuertes conflictos con Estados Unidos y ha chocado con la burguesía
venezolana. Su proyecto oscila entre el neo-desarrollismo y una redistribución
progresiva del ingreso.
Estos tres modelos no expresan la política específica de cada gobierno. Solo
brindan una tipología general, que sirve de referencia comparativa para caracterizar a
los nuevos mandatarios latinoamericanos. Permite distinguir orientaciones, en un marco
de amplio predominio de situaciones intermedias.
En algunos casos el alineamiento es nítido. El triunfo de los conservadores en
Honduras, El Salvador y especialmente México han engrosado el campo derechista.
Calderón debutó reforzando la represión en Oaxaca, criminalizando la protesta social,
1 Este texto forma parte del libro “Los 90, fin de ciclo. El retorno de la contradicción”. Editorial
Final Abierto, Buenos Aires (próxima aparición).
2Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su pagina
web es: www.lahaine.org/katz
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ratificando los convenios de librecomercio y sancionando un drástico encarecimiento de
los consumos populares.
Pero el espectro de centroizquierda es más dudoso. Algunos gobiernos de este
signo - como Alan García en Perú- han concertado estrechas alianzas con la reacción y
se ubican muy cerca de los conservadores. También Bachelet navega a dos aguas. Por
un lado evita confrontar con el movimiento social y exhibe una retórica progresista,
pero por otra parte mantiene una orientación económica neoliberal, reafirma los tratados
comerciales con Estados Unidos y seleccionó un gabinete de ministros del
establishment. En el mismo vaivén se ubica Tabaré Vázquez en Uruguay. Difunde una
imagen de humanismo tolerante y se mantiene en el MERCOSUR, pero
sistemáticamente tantea la posibilidad de convenios con el imperialismo.
El mismo tipo de oscilaciones se observa en la órbita del nacionalismo. Morales
en Bolivia se orienta hacia esta franja cuándo confronta con la oligarquía, pero se
aproxima a la centroizquierda al atenuar el programa de nacionalizaciones, retrasar la
reforma agraria y disuadir la acción radical de los movimientos sociales. En Ecuador
Correa se coloca cerca de Chávez al intentar un cambio radical del sistema político,
proponer el desmantelamiento de la base militar norteamericana y rechazar los contratos
petroleros neoliberales. Pero se acerca más a Kirchner cuándo promueve el ingreso al
MERCOSUR o trata de repetir el canje de la deuda que realizó Argentina.
Las fronteras entre el nacionalismo radical y la centroizquierda son difusas, pero
como tendencia el primer proyecto difiere del segundo en tres planos: la confrontación
con el imperialismo, los conflictos con los capitalistas locales y el aliento a la acción
popular. Ninguno de estos rasgos implica, sin embargo, el inicio de un curso socialista
semejante al recorrido por Cuba en los años 60. Por el momento el esquema nacionalista
no traspasa el marco de la propiedad capitalista y el estado burgués.
EL REPLIEGUE REPRESIVO
La movilización popular ha erosionado los mecanismos coercitivos en la mayor
parte de la región. Las fuerzas militares se han replegado y las clases opresoras han
perdido su viejo recurso de dominación totalitaria. En América Latina, el desplome de
las dictaduras fue tan contundente, que nadie avizora su reinstalación en un futuro
previsible.
Esta inviabilidad quedó probada durante el fracaso de varios ensayos represivos.
Los gobiernos que intentaron restaurar cierta forma de autoritarismo militar -como
Fujimori en Perú o Sánchez de Lozada en Bolivia- tuvieron que ceder el poder. Este tipo
de experiencias indujeron al establishment regional a reemplazar la cruda brutalidad de
los gendarmes por formas de asimilación (o desgaste) de los movimientos sociales.
Como se demostró en Haití durante el intento de burlar la victoria electoral de Preval, la
derecha tiende poco margen para desconocer un mandato popular, cuándo las
movilizaciones de la población son masivas y persistentes.
Las libertades públicas actualmente vigentes reflejan también el fracaso de
muchos pactos de transición post-dictatorial. Los compromisos que contemplaban una
gravitación mayor de las estructuras represivas fueron socavados por la lucha desde
abajo. Estos resultados se alcanzaron al cabo de mucho de años de resistencia y su
alcance difiere en cada país.
Pero repitiendo lo ocurrido en Inglaterra con el sufragio universal masculino
(durante el siglo XIX) y en Estados Unidos con los derechos civiles (en los años 60 y
70), las clases dominantes han terminado aceptando la vigencia de derechos
democráticos que resistieron durante mucho tiempo. En algunos países estos logros
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fueron consecuencia de luchas en zonas cercanas. En estos casos predominó la
concesión por imitación, es decir por temor de los opresores a un contagio de la
beligerancia popular.
Las conquistas democráticas no son equivalentes a las reglas constitucionales.
Constituyen libertades arrancadas a las clases dominantes a través de encarnizadas
resistencias callejeras, que se han traducido limitadamente en el ordenamiento jurídico.
En ningún caso estas victorias han sido completas. En casi todos los países los
movimientos sociales soportan presiones e intimidaciones y cuentan con un margen
acotado para actuar. Pero el contexto del hostigamiento burgués ha cambiado
significativamente. Los opresores deben convivir con libertades públicas muy
superiores al viejo estándar latinoamericano de persecución brutal a los luchadores.
Estos avances constituyen una preocupación cotidiana de las elites derechistas, que
añoran la vigencia de modelos más autoritarios3.
DESNIVELES DE CONQUISTAS DEMOCRÁTICAS
La violencia social contra los oprimidos se ejerce actualmente mediante la
aplicación (y violación) de las normas constitucionales que manejan a los opresores.
Estos mecanismos también incluyen brutalidades manifiestas, como el sistema
carcelario de Brasil, los atropellos a los campesinos en Paraguay o las persecuciones a
los pobres de Centroamérica.
Pero la represión generalizada es excepcional y solo se verifica en las coyunturas
extremas de sublevación popular, que enfrentó por ejemplo Sánchez de Lozada en
Bolivia. Los gendarmes ya no operan como fuerza de choque directa, sino como reserva
latente para situaciones de crisis.
La intensidad de la represión depende del modelo de gobierno. En algunos
países del polo derechista como Colombia rige el terrorismo de estado, mediante la
tolerancia de los para-militares y las mafias rurales. Lejos de este extremo el accionar
policial en México es complementado con el uso de sicarios contra las protestas
sociales.
En cambio en la mayoría de los gobiernos de centroizquierda, las estructuras
represivas han quedado colocadas en un segundo plano. Este repliegue difiere en
función de la erosión sufrida por cada pacto de transición. La tutela militar -que se
desmoronó abruptamente en Argentina luego de la aventura de Malvinas- ha perdurado
más tiempo en Chile. Por eso Pinochet murió con honores militares, mientras que sus
colegas argentinos fueron juzgados, indultados y nuevamente encarcelados. Pero en un
contexto común de tolerancia interna hacia los logros democráticos, las
administraciones de centroizquierda cumplen un nuevo rol represivo a escala regional.
Este papel se verifica en su reemplazo de los marines en la ocupación de Haití.
El mayor espacio de libertades para el movimiento popular se localiza en el polo
nacionalista radical. Las organizaciones sociales han logrado allí un margen de acción
inédito, aunque deben lidiar con la burocracia estatal y la regimentación política desde
arriba. En estos países la tensión represiva está enfocada en la respuesta a las
conspiraciones que ensaya la derecha para recuperar el poder. Del resultado de este
conflicto surgirá una consolidación o una regresión de los avances democráticos.
3 Algunos teóricos conservadores reconocen que estos derechos afectan la rentabilidad patronal
y envidian los esquemas más represivos que rigen en el Sudeste Asiático. Fraga Rosendo.
“Mercados movidos por la memoria o la codicia”. Clarín, 12-5-05.
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DISTINTOS CURSOS ECONÓMICOS
Los tres tipos de gobiernos enfrentan un contexto económico muy diferente a la
crisis de la década pasada. El crecimiento de la producción a escala mundial y la
consiguiente demanda de bienes primarios han generado un repunte de los precios de
los productos que exporta América Latina. Esta reactivación no se traduce en mejoras
significativas del nivel de vida de la mayoría popular y tiene un alcance limitado,
porque se basa en la comercialización de materias primas. Pero el repunte le ha
brindado un gran respiro a las clases dominantes, ya que el centro de desequilibrios
actuales se ubica en Estados Unidos y no en los países dependientes.
Este cambio es muy relevante para una región que ha padecido todas las
tormentas del neoliberalismo. América Latina protagonizó el primer terremoto de ese
período (explosión del endeudamiento en 1982) y los mayores desmoronamientos de
este modelo en la periferia (México en 1995, Brasil 1999, Argentina 2001). Incluso
ciertos estallidos lejanos –como el desplome de Rusia o los temblores asiáticostuvieron
efectos más perdurables en la región, que en las zonas de origen de estas
conmociones. La oleada global del neoliberalismo fue anticipada en América Latina por
las dictaduras y generalizada por los gobiernos constitucionales4.
La política económica actual difiere del curso predominante en las últimas
décadas. Varios sectores de las clases dominantes promueven un giro neo-desarrollista
en desmedro de la ortodoxia neoliberal. Luego de un período de fuerte concurrencia
extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de competitividad
internacional, estos grupos capitalistas alientan un viraje hacia políticas más
industrialistas y menos dependientes de la afluencia de recursos financieros externos. Es
un giro limitado que preserva la ortodoxia fiscal y monetaria, pero incluye un sostén
estatal de la industria para atenuar las consecuencias del libre-comercio.
Esta nueva tendencia tiene menor peso en los gobiernos conservadores que
relanzan privatizaciones, mantienen la desregulación financieras y alientan la apertura
comercial. El curso neo-desarrollista es en cambio más notorio en los gobiernos de
centroizquierda, aunque sin gran uniformidad. Kirchner favorece el viraje, Lula vacila y
Bachelet o Tabaré por ahora no lo comparten.
La tendencia neo-desarrollista no es incompatible con normas del
neoliberalismo. Avala el superávit fiscal forzoso, el adelantamiento de pagos a los
acreedores y el atesoramiento improductivo de reservas. Esas medidas no son actos de
prudencia económica, sino medidas propiciadas por los financistas que supervisan el
manejo de los recursos públicos.
Los neo-desarrollistas comparten también con los neoliberales, el rechazo de la
política distribucionista que propone el nacionalismo radical. Se oponen enfáticamente a
cualquier concesión social que amenace la recuperación del beneficio patronal. Esta
oposición obedece a una estrategia de acumulación muy alejada del viejo industrialismo
y hostil a las mejoras del poder adquisitivo5.
4Los golpes militares de los 70 precedieron este giro mundial, cuyo inicio puede fecharse en
1978-80 con el triunfo de Deng en China, el ascenso de Volcker a la Reserva Federal y las
victorias electorales de Thatcher y Reagan. Harvey David. A brief history of Neoliberalism,
Oxford University Press, New York, 2005, (cap 1).
5 Analizamos el impacto de este nuevo patrón económico en: Katz Claudio. El rediseño de
América Latina, Alca, Mercosur y Alba. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2006.
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Los grandes grupos capitalistas están actualmente más asociados con el capital
extranjero, operan a nivel regional y jerarquizan la exportación. Buscan nichos de
especialización, que involucran exigencias competitividad global contrapuestas con la
redistribución progresiva del ingreso. Los gobiernos de centroizquierda enfrentan esta
tensión con posturas favorables a los capitalistas y opuestas a los oprimidos. En cambio
el nacionalismo radical combina la tentación neo-desarrollista, con medidas de reforma
social resistidas por las clases dominantes.
GRADOS DE INESTABILIDAD
Los tres tipos de gobiernos latinoamericanos surgieron de cataclismos
económicos, que en la región alcanzaron dimensiones comparables a la depresión de
entre-guerra. Esta crisis impidió el funcionamiento estable de los regimenes postdictatoriales,
ya que los colapsos financieros generaron corrosión política y precipitaron
grandes alzamientos populares.
La oleada de constitucionalismo regional careció del próspero sustento
capitalista que predominó, por ejemplo, durante la post-guerra europea. Esta ausencia
impidió gestar las condiciones mínimas de estabilidad que rodean a cualquier régimen
político perdurable. Cada vez que un gobierno lograba cohesionar a los grupos
dominantes y calmar a los oprimidos, una violenta crisis financiera reiniciaba el ciclo de
turbulencias. La tensión se multiplicó durante los 90 porque muchos grupos capitalistas
perdieron posiciones en la arena internacional, soportaron la contracción de los
mercados internos y contaron con menos auxilios del estado.
Este convulsivo contexto impidió la repetición de las transiciones postdictatoriales
menos turbulentas, que se consumaron en situaciones europeas
equivalentes (España, Portugal, Grecia). El marco de acumulación, consumo y
estabilidad que facilitó la Unión Europea estuvo totalmente ausente en la región. Por
esta razón hubo escasas posibilidad de implementar compromisos comparables al Pacto
de la Moncloa.
Los atropellos neoliberales se perpetraron en las últimas dos décadas a través del
andamiaje constitucional, pero las conmociones provocadas por esta agresión dejaron
un saldo insatisfactorio para los opresores. Las clases dominante no pudieron consumar
la obra destructora de las organizaciones de la izquierda que comenzaron los militares.
La imagen de transiciones post-dictatoriales exitosas para los capitalistas que prevaleció
durante los años 80 y 90 se ha diluido en la nueva década.
Las sublevaciones populares han recompuesto las fuerzas de los oprimidos.
Lograron revertir en varios países las derrotas sufridas bajo las dictaduras y modificaron
la correlación de fuerzas a nivel regional. Este resultado se refleja en la aparición de
movimientos sociales, que han recreado el espíritu de resistencia incorporando las
propuestas de la izquierda a la agenda política.
Pero la existencia de tres tipos de gobiernos indica la heterogeneidad de este
cuadro. Las crisis se han procesado en cada país siguiendo un patrón diferenciado de
estallido o de contención institucional. El primer curso –que predominó en Argentina,
Bolivia o Ecuador- incluyó la interrupción de mandatos presidenciales. Una docena de
jefes de estado fueron expulsados anticipadamente del poder por esos descalabros. Pero
en otros países -como Brasil, Uruguay o Chile- las eclosiones políticas se
desenvolvieron sin rupturas de los mecanismos constitucionales. Esta diversidad de
desenlaces determinó el modelo pos-crisis que prevaleció en cada nación.
VARIEDAD DE CONSTITUCIONALISMOS
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El golpismo ya no es una opción viable para las clases dominantes. Todas las
vertientes del establishment han incorporado los mecanismos constitucionales a su
horizonte de gestión del estado. Por esta razón la vida política de Latinoamérica ha
quedado ordenada en torno a comicios periódicos y ciertas reglas institucionales, que
fueron solo interrumpidas durante los picos de las crisis.
Los tres tipos de gobiernos comparten el mismo sistema político. Las dictaduras
que ejercían las fuerzas armadas han desaparecido y se generalizó un tipo de régimen
que hasta los años 80, solo imperaba en México, Costa Rica, Colombia y Venezuela.
Este cambio marca un giro con toda la historia precedente. Los procedimientos
constitucionales incorporados en todos los países incluyen elecciones de autoridades,
voto secreto, comicios regulares, sufragio universal, competencia partidaria, derecho a
competir por cargos públicos y cierto grado de libertad de expresión, información y
asociación.
América Latina quedó asimilada al proceso internacional de desplazamiento de
las dictaduras. En 1900 el molde constitucional solo regía en seis países, en 1930 se
extendió a 21 naciones y a fines del siglo XX prevalecía en 70 de los 191 países
existentes. La tasa de expansión de este modelo se acentúo significativamente a partir de
1981 y actualmente rige a la mitad de la población mundial6.
Pero los tres tipos de gobiernos incluyen situaciones muy distintas. Algunas
administraciones funcionan más atadas que otras al cumplimiento de las reglas
constitucionales. Lo ocurrido recientemente con Calderón en México y Chávez en
Venezuela ilustra este contraste. Mientras que en el primer caso, las evidencias de
fraude condujeron a la oposición a concretar una ceremonia paralela de asunción
presidencial, nadie cuestiona la legitimidad de los comicios venezolanos. Al cabo de
ocho victorias consecutivas, Chávez volvió a ganar sin ninguna impugnación. Este
resultado se verificó, además, en el único país de la región que ha introducido el
referéndum revocatorio para dirimir la continuidad del primer mandatario. El
formalismo constitucional rige en todos lados, pero su aplicación efectiva es muy
variable.
SENTIDOS DEL PRESIDENCIALISMO
En los tres tipos de gobiernos se verifica una contundente gravitación del Poder
Ejecutivo. Esta preeminencia expresa la tradición presidencialista en una región con
escaso peso del parlamento, reducida incidencia de los controles judiciales y amplios
poderes de los jefes de estado. Las normas de excepción que dicta el primer mandatario
son tan habituales, como la ausencia de contrapesos al poder central. Este modelo
contrasta con el sistema parlamentario europeo.
En el ranking de países con mayores atribuciones presidenciales se ubican
Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia7. Pero en los últimos años las facultades del
ejecutivo se reforzaron en toda la zona junto a la sanción de normas para prolongar los
mandatos. Argentina vive en estado de emergencia permanente desde 1989, Lula
reforzó las atribuciones legadas por su antecesor y Uribe obtuvo entre 2001 y 2004 un
6 Dahl Robert. “Los sistemas políticos democráticos en los países avanzados: éxito y desafíos”,
en Nueva Hegemonía Mundial, CLACSO, Buenos Aires, 2004.
7 Natanson José. “Super-poderes y decretos en América Latina”. Página 12, 9-7-06.
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cúmulo inédito de superpoderes. También Chávez, Morales y Correa reclaman
actualmente estas facultades.
Históricamente esta gravitación del presidencialismo obedeció a la virulencia de
las crisis regionales. Estas turbulencias han sido tan repetidas y devastadoras, que
impusieron la instauración de formas muy personalistas de conducción del estado. La
misma tendencia se observa en muchos países centrales. Churchill, De Gaulle o Bush
nunca fueron muy respetuosos de las formalidades institucionales. Pero su autoritarismo
siempre estuvo sujeto a mayores controles, ya que las clases dominantes del centro
cuentan con mecanismos más sólidos que sus pares de la periferia para supervisar esaS
gestiones.
La envergadura de la crisis también convirtió a Latinoamérica en un terreno
fértil para el cesarismo y el bonapartismo, en la medida que los jefes del estado son
convocados para dirimir grandes conflictos. El presidencialismo regional no es solo un
resultado de la ambición desmedida. Expresa la fragilidad imperante en todos los
rincones del capitalismo periférico.
Durante las crisis de las últimas dos décadas la discrecionalidad presidencial
permitió garantizar la continuidad de la acumulación. Los privilegios de las clases
dominantes fueron regulados desde la trastienda del poder, a través del gobierno por
decreto. En los momentos más críticos, las grandes decisiones del Ejecutivo se
adoptaron a puertas cerradas bajo la excluyente supervisión del establishment. La
debilidad de los sistemas políticos post-dictatoriales fue contrarrestada con un patrón de
verticalismo militar heredado de las tiranías.
Pero el sentido concreto de cada modalidad de presidencialismo depende del
carácter conservador, centroizquierdista o nacionalista del gobierno. Estas tres
orientaciones definen el contenido político de la supremacía que ejerce cada jefe de
estado. Aunque la crítica de los medios de comunicación recae habitualmente sobre los
nacionalistas, el presidencialismo es una práctica muy común entre los conservadores,
que pocas veces respetan los tiempos del Parlamento o las formas de la Justicia.
También los líderes de centroizquierda imponen sin miramientos su voluntad y
frecuentemente desconocen las decisiones de los propios partidos que los llevaron al
poder.
En lugar de observar al presidencialismo como una perversión de caudillos
latinoamericanos conviene diferenciar los objetivos perseguidos por cada mandatario. Si
se presta atención a estos propósitos, salta a la vista que Uribe, Lula y Chávez acaparan
facultades ejecutivas con finalidades muy opuestas.
No tiene ningún sentido colocar en un mismo casillero de discrecionalidad
presidencial al terrorismo de estado derechista, al socio-liberalismo de la
centroizquierda y al antiimperialismo del nacionalismo. La afinidad formal de
comportamientos no debe ocultar la divergencia de metas que separa a estos
mandatarios.
CAMBIO DE ROSTROS
Por primera vez la historia de América Latina han accedido a la primera
magistratura mujeres, indígenas y ex obreros. Este giro sintoniza con tendencias
internacionales del mismo tipo. Las figuras presidenciales se están modificando con el
debilitamiento de las jerarquías tradicionales, el mayor reconocimiento de la igualdad de
género y cierta aceptación de los derechos de las minorías raciales, étnicas o religiosas.
Estos cambios tienen un gran impacto simbólico, pero expresan situaciones muy
diferenciadas.
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En algunos casos se ha concretado el ascenso de nuevos sectores plebeyos al
aparato estatal. Este cambio disgusta a los poderosos que rechazan la presencia de sus
subordinados en altos cargos. Por eso reaccionan con brutalidad, confirmado la gran
carga de racismo oligárquico que impera entre las elites de la región. La campaña
mediática que instrumenta la derecha contra Morales y Chávez refleja este desprecio
aristocrático. La burocracia tradicional que controla la estructura de los estados está
muy disgustada con el nuevo segmento gobernante.
Pero en otros casos, el mismo cambio de rostros disfraza la permanencia de las
viejas elites en la cúspide del poder. No hay qué olvidar que el mestizo Toledo aplicó en
Perú una versión extrema de neoliberalismo y retomó la doctrina que la señora Thatcher
inauguró a escala internacional. También conviene notar que una mujer negra como
Condolezza Rice dirige actualmente las masacres imperialistas en Medio Oriente.
Es evidente que la jefatura de algunas misiones brutales del capitalismo ya no es
patrimonio exclusivo de hombres blancos, cultos y enriquecidos. Por eso la presencia en
el pináculo del estado de figuras plebeyas expresa situaciones muy diversas. En los
gobiernos nacionalistas radicales coincide con avances democráticos, que no se
verifican en las administraciones de centroizquierda.
Bachelet es la primera mujer que accede a la presidencia de Chile. Pero desde
esta posición convalida a los militares, jueces y gerentes que la Concertación heredó del
pinochetismo. Esta capa de funcionarios asegura el trato preferencial a los industriales,
banqueros y terratenientes que caracteriza al estado capitalista. El discurso progresista y
el pasado militante de una mujer presidente es la cobertura que asume esta continuidad
de viejas cúpulas en el control del estado.
Lo mismo sucede con Lula, que en su segundo mandato se apresta a reforzar los
privilegios de una selecta burocracia militar, financiera y diplomática. El
comportamiento autónomo de este grupo social es una fuente tradicional de corrupción,
que ha contaminado al partido y al gobierno del ex metalúrgico.
El cambio de rostros de las administraciones de centroizquierda no altera la
preeminencia de la tecnocracia. Tampoco convierte a ese segmento en un sector
comparable a sus pares de las economías desarrolladas. La carencia de un segmento
gerencial competitivo es un bache de larga data, que proviene del carácter vulnerable y
discontinuo que presenta la acumulación en los países periféricos.
Por esta razón la queja del establishment ante la “inoperancia del estado” afecta
a las tres modalidades de gobierno. En la era pos-dictatorial ha decaído la tutela militar
y se consumó una renovación de funcionarios amoldada al nuevo estilo de gestión civil.
Pero la inconsistencia tradicional del aparato estatal latinoamericanos persiste sin
grandes cambios.
PLUTOCRACIAS REFORZADAS O CUESTIONADAS
Las relaciones de cada gobierno con las clases dominantes son distintas. Los
presidentes derechistas mantienen alianzas muy estrechas con los capitalistas, los líderes
de centroizquierda favorecen la asociación y los mandatarios nacionalistas enfrentan
serios conflictos con los acaudalados. Estas situaciones determinan, a su vez, el
reforzamiento, la continuidad o la alteración de las plutocracias creadas por el
constitucionalismo.
Durante los años 80 y 90 no se forjaron democracias en ningún país de América
Latina. Surgieron gobiernos directamente controlados por los poderosos. Los
banqueros, industriales y terratenientes dominaron estas administraciones y
conformaron plutocracias ajenas al gobierno de la mayoría.
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Las administraciones conservadoras afianzan actualmente este perfil
plutocrático, ya que refuerza la protección de los acaudalados contra las contingencias
de la vida política. Subordinan el desenvolvimiento de la esfera pública a las prioridades
establecidas por la actividad privada y acentúan la fractura entre el ámbito político y
económico. Su objetivo es evitar que el “sano desenvolvimiento” de la producción y el
intercambio capitalistas sean contaminados por movilizaciones populares o demandas
sociales.
Los presidentes de centroizquierda dirigen plutocracias más encubiertas o
atenuadas. Defienden los intereses capitalistas, pero disimulan ese favoritismo.
Presentan su sostén de los poderosos como si fuera un rumbo orientado hacia el bien
común. Esta duplicidad es más acentuada en los países de mayor beligerancia popular o
rechazo al neoliberalismo. En Argentina, Brasil y Uruguay, las plutocracias extremas de
los años 80 y 90 han quedado sustituidas por gobiernos que disfrazan la preeminencia
de los grandes potentados.
Los gobiernos nacionalistas radicales se han distanciado del molde plutocrático.
No actúan por mandato de las elites, ni gestionan el estado al servicio de las clases
dominantes. Recurren a formas de administración bonapartista, que brindan mayor
autonomía a los funcionarios de las exigencias del establishment. El estado capitalista es
preservado, pero ha quedado acotada la influencia de los grupos más concentrados.
Esta última transformación no alcanza para crear democracias plenas El
mantenimiento de la estructura económico-social burguesa impide la vigencia real de
los derechos políticos de la mayoría. O se avanza hacia la implantación de una genuina
soberanía popular o el poder empresarial tenderá a recuperar los espacios perdidos. La
existencia de esta disyuntiva es una peculiaridad de gobiernos nacionalistas, que no se
extiende a ninguna administración de centroizquierda.
DOS VARIANTES DE REGÍMENES POLÍTICOS
Los tres tipos de gobiernos actúan en el seno de estados capitalistas semejantes y
recurren a las dos formas más corrientes de sostén de un régimen político: el
institucionalismo y la informalidad.
Los regímenes son modalidades de organización que predominan a través de
sucesivos gobiernos durante un período prolongado. Representan una instancia
intermedia entre el estado y esa administración. No cuentan con la perdurabilidad de la
primera institución, pero tampoco están sometidos a la rotación periódica que imponen
las elecciones y corporizan los funcionarios. El régimen define las reglas de un sistema
organizado por el estado e instrumentado por cada gobierno.
La principal característica actual de todos los regímenes latinoamericanos es el
constitucionalismo pos-dictatorial. Pero en el marco común de esa modalidad
prevalecen dos grandes variantes de mayor o menor sustento en el formalismo
institucional. Esta diferencia separa a las opciones asentadas en sólidos (y pocos)
partidos de las vertientes sostenidas en estructuras clientelares. Mientras que en el
primer caso gravita el enjambre de filtros y mediaciones que regula la estructura
constitucional, en la segunda alternativa prevalecen las normas delegativas,
plebiscitarias y personalistas. El poder ejecutivo es un pilar de ambos regímenes, pero el
estilo de gestión menos visible del modelo institucional contrasta con las formas más
expuestas del esquema para-institucional.
La vigencia de uno u otro régimen deriva de tradiciones nacionales específicas.
En ciertos países se afianzaron mecanismos más institucionales (Uruguay, Chile, Costa
Rica) y en otros se reforzó el molde informal (Venezuela, Brasil, Argentina). Este
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resultado ha dependido también del contexto de la transición. Algunas dictaduras se
desplomaron por acontecimientos externos (Guerra de Malvinas en Argentina) y otras
por crisis interiores (Uruguay), en procesos supervisados desde arriba (Brasil, Chile) o
precipitados desde abajo (Bolivia). Además, el grado de vulnerabilidad de cada pacto
condicionó el esquema formal o informal que ha dominado en cada país.
Pero en los últimos veinte años se han verificado también pasajes de uno a otro
modelo por el simple fracaso del esquema opuesto. De cada colapso institucional
emergieron canales para-institucionales, que a su vez se diluyeron con la recomposición
del estado. De la impotencia del parlamento y los partidos tradicionales emergieron
arbitrajes autoritarios, que luego fueron reemplazados por renovaciones
institucionalistas.
Lo más importante de este vaivén es la compatibilidad de las dos variantes con
gobiernos derechistas, centroizquierdistas o nacionalistas radicales. En el primer caso el
conservadurismo formal de F. H. Cardoso en Brasil y Sanguineti en Uruguay fue
complementado por el caudillismo informal de Fujimori en Perú, Menem en Argentina
y Uribe en Colombia.
Esta misma variedad se verifica en la centroizquierda. El institucionalismo de
Tabaré Vázquez o Bachelet coexiste con el liderazgo clientelar de Kirchner y Lula. Y
una compatibilidad equivalente se podría extender al nacionalismo radical, si se
compara el modelo de gestión parlamentarista que intentó Salvador Allende en Chile
con la metodología informal que caracteriza a Chávez.
La preeminencia de una u otra modalidad de régimen político no es una
peculiaridad de gobiernos reaccionarios o progresistas. Los mecanismos formales han
servido para instrumentar atropellos contra el pueblo, pero también para concretar
conquistas de los trabajadores. A su vez, los canales de acción para-institucional han
sido históricamente utilizados para implantar el terrorismo de estado (Fujimori) y la
agresión neoliberal (Menen) o para materializar grandes concesiones sociales (Perón,
Vargas, Cárdenas).
Ninguna de las dos opciones implica tampoco la preeminencia de un modelo
económico. El neoliberalismo extremo prevaleció durante la década pasada a través de
ambos regimenes y el giro neo-desarrollista actual podría transitar también por
cualquiera de estos caminos.
Esta permeabilidad del régimen en varios tipos de gobiernos -en el marco común
del estado capitalista- es ignorada los analistas convencionales. La mayoría identifica el
molde formal con las virtudes de la república y el esquema informal con las desgracias
del populismo. Esa oposición se basa en falsos supuestos y genera múltiples
confusiones, que resulta conveniente clarificar para abordar el segundo gran problema
del debate actual: los regímenes latinoamericanos.
MISTIFICACIÓN DE LA REPÚBLICA
La veneración de las formas republicanas que comenzó tibiamente durante el fin
de las dictaduras se ha convertido en el mensaje central de los pensadores
conservadores. Asemejan la vigencia de esa institución con la modernización y
equiparan su ausencia con el subdesarrollo. Localizan el funcionamiento de este sistema
en los gobiernos derechistas y denuncian su avasallamiento en las “dictaduras de origen
democrático” que detectan en el nacionalismo radical8. Esta idealización de la republica
8Grondona Mariano. “¿América Latina: es una solo o varias?”. La Nación, 23-7-06. Cardoso
Fernando Henrique. “El populismo amenaza con regresar a América Latina”. Clarín, 18-6-06.
12
es compartida por los teóricos de centroizquierda, que reivindican la “izquierda
moderna” de Bachelet, Lula o Tabaré en oposición a “la izquierda arcaica” de Chávez o
Morales9.
Pero la república reivindicada no es la estructura fundacional de las naciones
latinoamericanas que emergió a principios del siglo XIX, como resultado de las guerras
por la independencia y el fin del colonialismo. Estas transformaciones le otorgaron a la
región un grado de emancipación política, que ningún otro conglomerado de la periferia
logró alcanzar durante un amplio período histórico.
La derecha no valora ese desmoronamiento del despotismo monárquico bajo el
impacto de la revolución francesa, sino la constitución de un sistema que limitó
simultáneamente la autocracia y la soberanía popular. Enaltece los mecanismos de
control burgués creados por la división de poderes, para instaurar contrapesos entre los
distintos grupos de las clases dominantes. El propósito de ese balanceo ha sido
garantizar la estabilidad del beneficio, impidiendo al mismo tiempo la supervisión
popular de los gobernantes.
Los conservadores nunca objetaron la vulneración de la división de poderes que
permitió atropellar las conquistas democráticas. Solo les preocupó ese avasallamiento
cuando afectó los negocios. La dictadura del ejecutivo o las arbitrariedades de la justicia
-que penalizaban a los movimientos sociales sin perturbar el beneficio patronal- eran
bien vistas por las clases dominantes.
Los teóricos del republicanismo conservador se nutrieron del liberalismo
constitucionalista y de su implícita adscripción a los valores medievales de la jerarquía
y la obediencia. Observaban una tendencia natural al desorden de los individuos, que
proponían contrarrestar reforzando la cesión de los derechos ciudadanos a las elites.
Esta tradición republicana siempre rechazó la democracia, se opuso a la igualdad
social y defendió el gobierno de las minorías contra la intromisión popular. Preservó los
modelos de parlamentos bicamerales que transformaron los privilegios de la nobleza en
ventajas de la aristocracia burguesa. El máximo valor de este sistema era la estabilidad y
la protección de los derechos de propiedad contra cualquier demanda de los oprimidos.
Esta contraposición de la república con la democracia es explicitada actualmente
solo por los autores más reaccionarios. Pero con este fundamento implícito se han
gestado los regímenes constitucionales latinoamericanos de las últimas dos décadas. La
república y no la democracia constituyen el pilar de estos sistemas, basados en un juego
de contrapoderes favorable a los capitalistas y ajeno a la soberanía popular10.
FRAGILIDAD DE LA REPUBLICA
9 Cada autor adapta este esquema a las contingencias coyunturales de cada país. Rouquié lo
aplica para Argentina, Fuentes para México. Rouquié Alain. “Por primera vez en décadas, la
Argentina es hoy un país normal”. Clarín, 12-11-06, “Argentina: su pasado la condena”. Ñ,
24.2.07. Fuentes Carlos. “Ahora, México podría aprender de los ejemplos sudamericanos”.
Clarín, 29-11-06
10El teórico reaccionario Massot contrapone abiertamente la democracia con la república.
Afirma que las limitaciones del primer sistema derivan de su sostén en el voto mayoritario y
sostiene que las ventajas del segundo régimen provienen de los mecanismos de control entre los
distintos poderes del estado. Massot Vicente. “Democracia no es igual a República”, La Nación,
18-10-06.
13
La precariedad histórica de las repúblicas latinoamericanas deriva del carácter
periférico y dependiente de la región. Los mismos factores que frustraron la expansión
agraria y la industrialización temprana deterioraron la estabilidad del sistema político.
El desarrollo desigual y combinado -que mixturó arcaísmo y modernidad- generó
fragilidad institucional endémica. Los modelos de haciendas, plantaciones y latifundios
perpetuaron el atraso e indujeron a la balcanización territorial, que desembocó en crisis
políticas recurrentes.
La modernización capitalista forjada desde mitad del siglo XIX -en torno a
compromisos bismarkianos entre viejas y nuevas clases opresoras- recreó este patrón de
inestabilidad. La alianza de los grandes propietarios agrícolas con el capital extranjero
afianzó la inserción dependiente de la región y bloqueó el florecimiento auto-sostenido
de la acumulación. A diferencia del rumbo seguido por Alemania o Japón, el
prusianismo tardío de América Latina no derivó en modelos competitivos a escala
internacional. Al contrario, acentuó la fragilidad capitalista y su corolario político de
repúblicas endebles y convulsivas.
Estos sistemas no lograron la cohesión de las elites, ni el sustento popular.
Conformaron sistemas oligárquicos basados en la proscripción y el blindaje a la
ingerencia popular11. Estas repúblicas recogieron la tradición liberal antagónica a la
herencia democrática de 1789, que se asentó en las victorias conservadoras sobre
Louverture, Artigas o Benito Juárez y en la frustración de los ensayos jacobinos de
reforma agraria.
Las repúblicas latinoamericanas se forjaron copiando del modelo constitucional
estadounidense las normas electorales restrictivas, la delegación de facultades a los
presidentes y la vigencia de filtros para bloquear la soberanía popular. El colegio
electoral, los senados desconectados del número de votantes, las gigantescas
atribuciones de las Cortes Supremas fueron rémoras de este esquema que perduraron
durante décadas. Todos los procesos de democratización chocaron con esta herencia de
republicanismo oligárquico, que fue socavada a lo largo del siglo XX mediante la
extensión del voto y la participación política de la población.
El funcionamiento del sistema republicano tampoco contó con el perdurable
sostén de las clases medias. Con un bajo nivel de consumo y grandes obstáculos para el
ascenso social, este sector no asimiló los pilares ideológicos del liberalismo anglosajón.
Los valores individualistas, los sentimientos anti-estatistas y las posturas críticas hacia
la justicia social nunca lograron sólidos cimientos en la región. Algunos idealizadores
de la república resaltan esta carencia, porque estiman que la mayoría popular está
incapacitada para actuar exitosamente en la esfera pública y debe ser apadrinada por
sectores medios más cultivados y menos beligerantes12.
11 Algunos autores estiman que no más del 4% de la población participaba en los amañados
comicios del siglo XIX. Cálculo de Stanley y Bárbara Stein citado por: Cueva Agustín. El
desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México 1987 (cap 7)
12 O¨Donnell considera que solo la clase media puede motorizar transformaciones progresistas
“para atenuar la miseria, sin atemorizar a los privilegiados”. Pero olvida que estas conquistas
surgieron de la lucha y no de la filantropía de los poderosos. Las clases medias no están
destinadas a educar al resto de la población. Su situación mejora cuando sus demandas
empalman con las exigencias de las mayorías. Si esta convergencia no se produce sufre las
consecuencias de un sistema que atropella sus aspiraciones. O´Donnell Guillermo. “Pobreza y
desigualdad en América Latina”. Pobreza y desigualdad en América Latina, Paidos, Buenos
Aires, 1999.
14
El patrón histórico de fragilidad republicana se recreó durante la transición postdictatorial
y fue acentuado por el curso neoliberal de las plutocracias. Las descripciones
más corrientes de los teóricos de la centroizquierda retratan esa precariedad, pero
omiten el fundamento capitalista de ese deterioro13. Si el basamento ciudadano de la
república ha quedado erosionado es porque la población se resintió con un régimen que
impide las reformas sociales, asegura los privilegios de las clases dominantes y da la
espalda a las demandas populares.
Con criterios exclusivamente institucionalistas resulta imposible comprender el
carácter endeble de la república. Si se renuncia al uso de ciertos conceptos básicos –
como dependencia, imperialismo o capitalismo- no hay forma de entender las crisis de
ese sistema político.
PRETEXTOS REPUBLICANOS
Los conservadores enaltecen la república para apuntalar a los presidentes
derechistas y justificar las agresiones contra los movimientos sociales. La hipocresía
gobierna su argumentación. Consideran que cualquier medida favorable a los oprimidos
representa una violación de las reglas institucionales, pero saludan el acaparamiento de
poderes que permite acelerar privatizaciones o entregar subsidios a los capitalistas.
Presentan cualquier acción del nacionalismo radical como un atropello a la legalidad
republicana, pero en cambio aplauden el autoritarismo neoliberal.
Los conservadores siempre han desconocido la legalidad republicana que no se
amolda a sus intereses inmediatos. Cuándo les disgusta algún funcionario promueven
campañas mediáticas para desplazar a los “corruptos y mediocres” que “gobiernan para
sí mismos”. Se olvidan de los tiempos institucionales y exigen la inmediata remoción de
los políticos caídos en desgracia.
El mismo mecanismo que utilizan para adular a ciertos líderes es puesto en
funcionamiento para desprestigiar a los personajes desechables. Las repúblicas
conservadoras se oxigenan a través de estas depuraciones periódicas. Los cambios son
digitados desde la cúspide del poder real y permiten renovar el sistema, desplazando a
las caras visibles de cada fracaso.
En los picos de esta arremetida, los integrantes de la alicaída “clase política” son
presentados como una casta de aprovechadores que actúa en beneficio propio. La
estrecha dependencia de estos sectores con los grandes banqueros e industriales es
cuidadosamente omitida. Se oculta que los políticos del sistema siempre gobiernan con
el aval de las clases dominantes y son desplazados cuándo obstruyen los intereses de los
dueños del poder.
La derecha promueve el constitucionalismo reaccionario que asegura la libertad
de empresa (Hayek), bloquea el gasto social (Friedman), impide la justicia distributiva
(Nozick) y garantiza el liderazgo de la tecnocracia (Brezezinski). Con estos criterios los
13Habitualmente subrayan la impotencia de las instituciones (“crisis de representación”), la
incapacidad de sus mecanismos para incorporar a los sectores más oprimidos (“aumento de la
exclusión”) y el deterioro de los pilares del sistema (“fin de las identidades partidarias”).
Paramio Ludolfo. “Giro a la izquierda y regreso del populismo”. Nueva Sociedad, n 205,
septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
15
conservadores califican a los sistemas políticos, premiando a los que ofrecen mayores
garantías a los capitalistas14.
La centroizquierda socio-liberal reivindica a la república siguiendo principios
muy semejantes. Evalúa el respeto o la violación de las reglas institucionales de acuerdo
a la fidelidad que cada gobierno exhibe hacia las exigencias del establishment. Con este
parámetro contrastan actualmente “la moderación dialoguista” de Bachelet con el
“autoritarismo agresivo” de Chávez y dictaminan veredictos opuestos frente al mismo
tipo de acontecimientos15.
Los conflictos que afronta una administración de centroizquierda son vistos
como episodios normales de la vida política. Pero las tensiones que padece un gobierno
nacionalista radical son atribuidas al avasallamiento de las libertades constitucionales.
La represión a los estudiantes chilenos es presentada como un acto de sabiduría
presidencial, pero la movilización popular contra el golpismo en Venezuela es
inmediatamente condenada. Si los afectados por estas confrontaciones son los
oprimidos predomina el silencio, pero si el conflicto roza a las elites dominantes los
medios de comunicación ponen el grito en el cielo.
El mismo criterio se utiliza para juzgar la rectitud republicana de cada
presidente. Si su conducta apuntala el poder capitalista llueven las felicitaciones, pero si
choca con esos intereses el repudio es virulento. En estas reacciones existe gran sintonía
entre la derecha y el social-liberalismo. Los conservadores aportan las consignas y los
centroizquierdistas nutren los argumentos de una campaña común.
Pero el optimismo republicano está en baja en toda la región. El empalme de
catástrofes económicas, regresiones sociales e intervenciones populares han creado
serios interrogantes sobre la viabilidad del modelo constitucionalista post-dictatorial. En
este marco se ha reforzado la denuncia de un infaltable enemigo del republicanismo
conservador.
LA DENIGRACIÓN DEL POPULISMO
El populismo se ha convertido en el nuevo Satán de Latinoamérica. Los autores
derechistas denuncian que ha resurgido junto a la demagogia, el clientelismo y el
caudillismo. El populismo es presentado como una práctica de los déspotas que violan
las normas republicanas para distribuir prebendas y dadivas sociales. La enfermedad ya
alcanzó status internacional y preocupa a los funcionarios de las principales potencias16.
14Con este criterio la revista inglesa de los financistas publica periódicamente un “ranking
internacional de la democracias”. The Economist. “Solo 28 países tienen una democracia
plena”.La Nación, 22-11-06.
15Este contrapunto realizan: Boersner Demetrio. “La izquierda latinoamericana y el surgimiento
de regímenes nacional-populares”. Nueva Sociedad n 197, junio 2005, Caracas. Rojas Aravena
Francisco. “El nuevo mapa político latinoamericano”. Nueva Sociedad, n 205, septiembreoctubre
2006, Buenos Aires. Touraine Alain. “Entre Bachelet y Morales: ¿existe una izquierda
en América Latina”. Nueva Sociedad, n 205, septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
16 “Hay que detener la marea populista” (Aznar), el “populismo amenaza nuestros valores”
(Barroso), “es el peor adversario del libre mercado y la democracia” (Bush), “es un objetivo
difícil de combatir” (Krause). Citado por: Casullo Nicolás “Populismo: el regreso del
fantasma”. Página 12, 28-5-06.
16
El populismo es repudiado porque obstaculiza el progreso económico y la
convivencia social. Los críticos advierten contra la manipulación del pueblo, la erosión
de las instituciones y la irresponsabilidad económica. Denuncian el personalismo de los
demagogos que prescinden de la intermediación institucional, para someter a la
población a sus designios17.
Los teóricos de la centroizquierda comparten esta denuncia y estiman que el
nuevo virus refleja el desborde democrático, las flaquezas republicanas y el escaso peso
de los valores liberales. Atacan a los caudillos que desconocen las supervisiones
judiciales, acumulan atribuciones y menoscaban las instituciones. Denuncian su
intención de eternizar las crisis, para perpetuar liderazgos basados en la decepción
popular con los viejos partidos18.
La derecha y el social-liberalismo reprueban al populismo desde el vamos.
Utilizan este término en forma peyorativa y presentan su difusión como un problema
endémico de la región. Pero no aportan ninguna pista para comprender el fenómeno. Su
esteriotipo de un caudillo que viola la ley para manipular a las masas es una prejuiciosa
simplificación, que no esclarece el significado de esta modalidad política.
Históricamente el populismo aludió a distintas formas de intervención informal
de las masas. Este sentido presentaba a fines del siglo XIX entre los Narodniki rusos y
los movimientos rurales estadounidenses. Era considerado como una forma de acción
popular orientada a lograr objetivos progresistas. En América Latina, los iniciadores
(Irigoyen), los exponentes clásicos (Cárdenas, Vargas o Perón) y los representantes
tardíos (Echeverría, segundo Perón) de esta corriente auspiciaron distintas formas de
presencia popular poco institucionalizada. Indujeron la incorporación de sectores
excluidos a la actividad política, a través de mecanismos más afines a la movilización
controlada desde el estado, que al voto pasivo de los ciudadanos19.
Este carácter para-institucional constituye el rasgo principal del populismo, que
desenvuelve instancias inorgánicas de asimilación de los sectores marginados por los
mecanismos republicanos. El populismo presenta una gran variedad de símbolos,
liderazgos o estilos y puede adoptar distinto tipo de ideologías, discursos o contenidos.
La preeminencia de la acción informal no es un patrimonio de gobiernos
progresistas o reaccionarios. El mismo tipo de mecanismos ha sido utilizado como canal
de conquistas sociales y como instrumento del atropello patronal. El populismo clásico
de posguerra presentó en América Latina fuertes tintes nacionalistas, pero durante el
reciente período neoliberal asumió rasgos opuestos de subordinación al capital
extranjero.
La presencia de estas dos facetas contrapuestas explica como Perón y Menen (o
Cárdenas y Salinas) pudieron actuar en el seno de una misma tradición política. El
populismo clásico fue un instrumento de industrialización, reivindicación de los
17 Cardoso Fernando Henrique. “El populismo amenaza con regresar a América Latina”. Clarín,
18-6-06. Botana Natalio. “Polémica sobre el populismo”. La Nación, 19-5-06.
18 O¨Donnell Guillermo. “Rendición de cuentas horizontal y nuevas poliarquías”, en Camou
Antonio. Los desafíos de la gobernabilidad, Plaza y Valdez, México, 2001. O´Donnell
Guillermo. Contrapuntos, Paidos, Buenos Aires, 1997. (cap 11 y Prefacio). O´Donnell
Guillermo. “Sobre los tipos y calidades de democracia”. Página 12, 27-2-06.
19 Esta característica es ilustrada por distintos estudios en: Mackinnon María Moira, Petrone
Mario Alberto. “Los complejos de la Cenicienta”. Populismo y neopopulismo en América
Latina, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
17
desposeídos, revitalización ideológica del nacionalismo y desplazamiento del poder de
los terratenientes por los industriales. En cambio, el populismo neoliberal de los 90 fue
prohijado por el capital financiero, facilitó la recolonización imperialista y recreó los
prejuicios elitistas de la derecha. Nuevas variedades de este contradictorio fenómeno
tienden a irrumpir en la actualidad, como consecuencia de los fracasos acumulados por
el formalismo constitucional.
En lugar de reconocer este origen los conservadores y socio-liberales condenan
la reaparición del populismo, como un karma que acecha a la región. A veces atribuyen
este resurgimiento a la cultura paternalista que moldeó la colonización ibéricoportuguesa
y en otras oportunidades lo asocian con la incorregible indisciplina de los
latinoamericanos. Consideran que este mal impide reproducir la modernización que
lograron Europa y Estados Unidos. Pero olvidan mencionar en qué medida la
depredación imperialista ha obturado ese calco. Con las anteojeras del republicanismo
resulta muy difícil comprender la lógica del populismo.
LOS PROPÓSITOS DE UNA CAMPAÑA
La derecha solo ataca las vertientes populistas que presentan alguna connotación
igualitarista. Un presidente autoritario es respetado como estadista mientras preserva el
status quo, pero se convierte en un cuestionable caudillo cuándo tolera alguna presencia
de los oprimidos. El presidencialismo enérgico expresa capacidad de mando mientras
favorece a los acaudalados, pero indica personalismo si disgusta a los poderosos.
Todas las andanadas contra el populismo son manifiestamente despectivas.
Desvalorizan adicionalmente un término que nadie utiliza para auto-definir su
alineamiento político. Los conservadores repudian especialmente los “desbordes
populistas” por su potencial familiaridad con la acción de las masas.
La campaña es comandada por el Departamento de Estado con la misma furia
que en otros momentos se motorizó la batalla contra la “amenaza comunista”. Un
tribunal de inquisidores determina qué país merece la condena de prohijar al populismo.
Con este discurso se elaboran las impugnaciones contra los gobiernos hostilizados por
el Pentágono20.
Los neoliberales impulsan esta cruzada para retomar la agenda de librecomercio
y privatizaciones. Cuentan con la estrecha colaboración de los medios de comunicación
y de los pensadores derechistas que denuncian la “epidemia populista” (Edwards), que
genera “despilfarros de los recursos” (Botana), “desalientos de la inversión” (Grondona)
y “regresiones económicas” (Cardoso)21.
La derecha intenta recapturar los espacios ideológicos que ha perdido en
América Latina. Sus pensadores siempre ordenaron la estrategia de las clases
dominantes y continúan reinando en el terreno económico. Pero han quedado
desplazados del campo político y reflotan prejuicios ancestrales para recuperar
autoridad. Tratan de reestablecer un sentido común conservador para promover los
gobiernos reaccionarios y consolidar el giro socio-liberal de los mandatarios de
centroizquierda.
20 Estas operaciones son denunciadas por Borón Atilio. “Guardianes de la democracia”. Página
12, 18-7-05. Borón Atilio. “Perú, Vargas Llosa y la democracia imperial”. Página 12, 5-6-06.
21“El populismo radical se desborda en América Latina” titula el diario La Razón, 8-5-06,
Madrid. Edwards Jorge. “Hay una suerte de contagio populista en América Latina”. La Nación,
29-1-07. Grondona “América”, Botana “Polémica”, Cardoso “El populismo”.
18
Pero este mensaje ignora el caudillismo descarado de los presidentes
conservadores y de muchos mandatarios que son presentados como la antitesis del
populismo chavista. Este manto de silencio recubre especialmente a Lula, que para
gobernar en alianza con los conservadores ha retomado la tradición personalista del
varguismo. Con este fin transformó todas las iniciativas asistenciales en un paquete
manipulable de micro-ayudas (Bolsa de Familias), que le ha permitido recoger el voto
de los más humildes.
También Kirchner ha reconstruido el poder del estado para las clases dominantes
con un manejo caudillista del poder. Con este propósito ha reforzado la conversión del
Justicialismo en una estructura electoral-asistencial, muy distante del viejo peronismo
que movilizaba a la clase obrera. El espectro de pecadores populistas es, por lo tanto,
muy vasto y no encaja fácilmente en la contraposición entre déspotas y republicanos
que difunden los teóricos de la centroizquierda.
El contraste entre meritorios republicanos y repudiables populistas es también
utilizado por algunos autores para sepultar la vieja distinción entre izquierda y derecha,
como principio orientador del análisis político22. Retomando la tesis del “fin de las
ideologías” consideran que ese contrapunto ya no define el carácter progresista o
reaccionario de un gobierno.
Pero república y populismo no sustituyen los conceptos de izquierda y derecha,
para diferenciar los cursos afines a la igualdad social de las medidas favorables a los
privilegios de los opresores. Esta delimitación es imprescindible para distinguir los
intereses sociales en juego en cada conflicto. Es indiscutible que Chávez se ubica la
izquierda de Lula, pero no es fácil determinar cuán populista es la gestión de cada uno.
La dificultad para distinguir una conducta de izquierda de otra derechista es un
defecto que afecta especialmente a los cultores de la Tercera Vía. Estos pensadores
recubren con un lenguaje contemporizador el programa socio-liberal de privatizaciones,
atropellos a los inmigrantes y restricciones a las libertades públicas. En ese universo
conservador todas las diferencias políticas han quedado sepultadas, bajo el peso la única
alternativa posible que señaló Margaret Thatcher. La realidad política actual de América
Latina aporta una refutación contundente de ese mensaje.
ELOGIOS AL POPULISMO
En oposición a la denigración derechista y socialdemócrata ha surgido
últimamente un enfoque que reivindica el concepto de populismo y también el uso de
ese término. Destaca la pertinencia de esta noción para dar cuenta de los mecanismos
que operan en forma paralela a la institucionalidad formal23.
Esta mirada no solo retrata el fenómeno, sino que también aprueba su presencia
como complemento de las carencias republicanas. En lugar de subrayar los aspectos
conflictivos del populismo, ilustra su función compensatoria para cubrir los vacíos
22 En esta sustitución analítica sobresalen Oppenheimer en la derecha y Rojas o Touraine en la
centroizquierda. Oppenheimer Andrés. “La izquierda y la derecha en el siglo XXI”. La Nación,
12-12-06. Rojas “El nuevo”, Touraine “Entre Bachelet”.
23 Laclau Ernesto. “La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana”. Nueva Sociedad,
n 205, septiembre-octubre 2006, Buenos Aires. Laclau Ernesto. “Populismo no es un concepto
peyorativo”. Desde Dentro, n 1, septiembre-octubre 2005, Caracas. Laclau Ernesto. “El fervor
populista”. Ñ, 21-5-05.
19
dejados por el sistema constitucional. Rechaza la descalificación derechista y defiende
esa modalidad, como un método para canalizar la representación de los sectores
marginados.
Pero esta aprobación encubre las aristas regimentadoras del populismo y
disuelve el potencial contestatario de las vertientes más cuestionadas por los
conservadores. Justifica el control que ejercen los líderes populistas sobre los oprimidos
y su uso de las instancias informales para imponer frenos a las corrientes radicales del
movimiento social.
La contemporización con el populismo se apoya en una actitud pragmática.
Sugiere avalar su presencia en dónde irrumpe y olvidar su existencia dónde no se
manifiesta. Observa la aparición de esta modalidad política como un curso conveniente
para las naciones de frágil estructura constitucional (Venezuela) o larga tradición parainstitucional
(Argentina, Brasil). Pero estima innecesario su desarrollo en los países con
mayor trayectoria republicana (Chile, Uruguay).
Con esta visión acomodaticia, los mandatarios latinoamericanos no derechistas
son indistintamente reivindicados y quedan borradas las diferencias que separan a los
proyectos en juego. La bendición se extiende por igual a Lula, Bachelet, Kirchner,
Tabaré, Morales y Chávez. La teoría de la “razón populista” aprueba a todos los “líderes
latinoamericanos”, sin separar a la “izquierda moderna de la retardataria”24.
Este planteo pro-populista es el reverso de la diatriba socio-liberal, pero asemeja
lo que debería distinguirse ya que ignora todos los rasgos que diferencian a un gobierno
nacionalista radical de otro centroizquierdista. Diluye las tensiones que oponen a ambos
procesos y contribuye a la política de contención de los mandatarios antiimperialistas
que propician Lula y Kirchner.
Especialmente el presidente argentino adopta una actitud de comprensión hacia
su colega venezolano para atenuar los aspectos revulsivos del proceso bolivariano y
disolver su energía transformadora. El elogio al populismo constituye la expresión
teórica de esta política de neutralización.
EL FUNDAMENTO CLASISTA.
La visión elogiosa no supera la vaguedad de caracterizaciones que siempre ha
rodeado el análisis del populismo. En algunos aspectos incluso incrementa esta
indefinición, al presentarlo como una forma de acción política abierta a cualquier
desenvolvimiento y tendiente por igual a desemboques positivos (democráticos) o
negativos (burocráticos).
Esta aguda indeterminación permite acomodar la evaluación de distintos
acontecimientos a lo que disponga cada autor. Basta resaltar las insuficiencias de un
régimen constitucional para señalar el hueco por dónde emergerá el complemento parainstitucional.
Como siempre hay vacíos a cubrir por esa instancia correctora, el
populismo puede asumir infinitas modalidades y ser juzgado con innumerables criterios.
La visión aprobatoria rescata los ingredientes polémicos del populismo en
oposición a la tesis socio-liberales que sacralizan el consenso, disuelven las tensiones
políticas y postulan el fin de las confrontaciones25. Reivindica su reaparición como una
24 Laclau Ernesto. “La izquierda y no está aislada”. Página 12, 25-4-05, Laclau Ernesto. Las
manos en la masa. Radar. 5-6-05.
25 Laclau, Ernesto. Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia.
Fondo de Cultura Económica, 1987, Buenos Aires.
20
confirmación de esta oposición entre adversarios, que refuta la creencia neoliberal en
“una sola alternativa posible”.
Pero esta subsistencia de conflictos no se manifiesta necesariamente a través del
populismo. Cualquier acción política es sinónimo de discordia, ya que esta actividad es
inconcebible sin confrontaciones. Recordar estas tensiones contribuye a rehabilitar la
política, pero no a clarificar la naturaleza del populismo.
Los defensores de esta forma de accionar también resaltan su viejo sustento en el
protagonismo del pueblo. Destacan que este conglomerado tiende a cumplir un papel
articulador de los movimientos sociales, a través de una “lógica de equivalencias” que
permite superar la “lógica de las diferencias” (presente en cada agrupamiento sectorial
de mujeres, obreros o minorías raciales). Estiman que el pueblo opera como un nexo de
reconocimiento entre los actores sociales, que facilita su articulación en alianzas y
hegemonías.
Esta reivindicación del pueblo es contrapuesta a la concepción clasista de
marxismo, que subraya la gravitación de las clases sociales en la estructuración de la
acción política. La razón populista está explícitamente construida como una concepción
“pos-marxista” opuesta al “encerramiento clasista”. Pero supone que los sujetos sociales
se enlazan en torno a discursos, estilos y formas de acción, sin considerar los intereses
materiales defendidos por cada sector. Al omitir este sustento no se entiende cuál es el
sostén objetivo de ese ensamble. El análisis de clase es imprescindible porque destaca
estos fundamentos de la lucha social, que la mera reivindicación del pueblo no
esclarece.
El concepto de pueblo arrastra las mismas imprecisiones que afectan al
populismo. ¿Quiénes integran ese conglomerado? ¿Todos los integrantes de la nación o
sus segmentos más empobrecidos? ¿Los capitalistas forman parte de este
aglutinamiento? ¿La clase media y los funcionarios del estado participan de esa
totalidad?
Los viejos populistas oponían el pueblo a los privilegiados, a los magnates y a
los poderosos. Pero nunca definían cuáles eran las clases sociales en conflicto y esta
indeterminación les impedía caracterizar adecuadamente lo que estaba en juego. La
misma vaguedad recrean en la actualidad los teóricos de la “razón populista”. Transitan
nuevamente por un terreno resbaladizo y plagado de contradicciones, aunque sin la
antigua beligerancia hacia el status quo.
La ausencia de caracterizaciones de clase es el gran defecto de los análisis
convencionales del populismo. Esta limitación es muy visible entre los defensores de
esta modalidad, que postulan disolver los antagonismos sociales en la falsa uniformidad
que aporta la entidad de pueblo26.
Explicitar el universo clasista es vital en la actual coyuntura latinoamericana,
porque los distintos cursos en disputa entre neoliberales, neo-desarrollistas y radicales
antiimperialistas expresan intereses de clases opresoras y oprimidas que deben ser
clarificados. Estos planteos apuntalan a su vez proyectos muy diferenciados de
renovación de las plutocracias actuales o de construcción de otro sistema político. Esta
segunda alternativa se discute en América Latina en torno a un concepto decisivo: la
democracia. Desentrañar el significado de esta noción es el próximo desafío de nuestra
reflexión.
22-3-07
26 Es la visión que plantea Casullo en su crítica a “la religión del marxismo, que no vio el
mundo de expectativas del pueblo”. Casullo “Populismo”.
21
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